lunes, 29 de marzo de 2010

Pensamiento y deseo se habían separado.

¡Qué distinto es un muerto de un cadáver!
Primero es el muerto, tanto tiempo como el nombre, como el amor que no desaparece. El muerto es el quién de la pregunta. Estamos tan unicos a él como el nombre a la lengua. No nos acabamos el uno al otro, no nos damos fin.
El muerto es el que lleva al cuello la cadena que le regalamos, el que nos amará con la furia que hace saltar argollas. Para ver al muerto no miramos hacia delante ni hacia atrás, miramos hacia el fondo del pozo en el que ambos nos hemos hundido.
Después es el cadáver. La ausencia de nombre es su atributo. El cadáver es el segundo cuerpo del muerto. Allí donde todo lo ocupa la ausencia de los sentimientos: aunsencia de la vista: los ojos ya no asaltan ni son asaltados por el color azul, ya no destacan el rojo de los manuscritos, ya no persiguen las sombras. Ausencia del olfato: aromas inmemoriales que han perdido una interpretación. Ausencia del oído: música y ruidos que pasan sobre el cadáver en una ola masiva carente de significado. Ausencia del gusto: ausencia de acritud, ausencia de dulzor, ausencia de amargor, ausencia de los tiempos del vino. Ausencia del tacto: ausencia de las uñas rotas en la pared del cuerpo que se quiere con sudor. Y ausencia del sentido del deseo: la telaraña de los cinco sentidos, la araña del gobierno del cuerpo.

Allí estaba el cadáver invocado, sobre la alfombra, y a mi pensamiento le faltaban manos.

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